Por Iván Ottenwalder
Como todo una AUTORIDAD de su juego.
FUENTE: Mi cámara fotográfica.
jueves, 3 de julio de 2014
domingo, 29 de junio de 2014
El éxito de EUA, creer en el mito y lo imposible
Por Iván
Ottenwalder
Recuerdo a la edad de 11 años, en octubre de
1986, como aquellos milagrosos Mets de Nueva York se salvaron de la derrota en
el sexto juego de la Serie Mundial.
Si perdían aquel memorable partido se acababa todo y los Medias Rojas de Boston
hubiesen sido los campeones. No ocurrió así, el equipo neoyorquino ganó, forzó
un séptimo juego en su parque del Shea Stadium y, con un empuje y
envalentonamiento indescriptibles, se impusieron ante los bostonianos,
titulándose campeones mundiales. Aquel famoso clásico de octubre de las Grandes
Ligas me lo tiré por televisión, ya que mis padres me habían dejado solo en
casa.
Aquello era la década de los 80 del siglo XX y
los Estados Unidos de Norteamérica eran la potencia número uno prácticamente en
todo. Inteligentemente sus medios de comunicación se encargaron de vender, al
igual que hoy, sus grandes hazañas políticas, deportivas, artísticas,
tecnológicas, educativas y de todo el quehacer profesional, como símbolo de
poder y grandeza. Los boxeadores Marvin Hagler, Sugar Ray Leonard, Thomas
Hearns y Mike Tyson; los Boston Celtics de Larry Bird y Los Ángeles Lakers de
Magic Johnson; sus estrellas del Tenis; de Fútbol Americano; los cantantes Michael
Jackson y Madonna; los famosos actores de Hollywood; las ropas de marca; juegos
educativos; Disney World; sus famosas y acreditadas universidades, las
computadoras de Apple e IBM, entre un bastión de cosas más, era considerado
como lo mejor del mundo. Para ser más exactos, aquello, no solo en EUA, sino para
gran parte de la humanidad, era el mundo.
¿Y acaso todo eso era cierto?
Para ser sinceros, es difícil dudar que no lo
fuera. Casi toda actividad en EUA cuenta con un gran respaldo logístico y
financiero. Los gobiernos y empresas estadounidenses invierten en su gente y lo
hacen con apego y responsabilidad. Eso puede explicar el por qué de tantos
genios, de tanta calidad y excelencia, de tanto predominio.
La historia de EUA, en diversos géneros, está
llena de grandezas. Por ejemplo, en deporte, el dominio absoluto en juegos
olímpicos durante muchas décadas; en literatura, los grandes escritores y
premios Pulitzer. En cada aspecto que se analice los estadounidenses brillan
por su dominio y presencia.
Creer en el mito, en
lo imposible
¡Vivan los sueños! ¡Arriba las utopías! Todo es
posible de alcanzar, hasta lo más impensable. El horizonte no tiene límites. En
EUA la mayoría de profesionales de la conducta humana, entrenadores deportivos,
políticos y gerentes empresariales llevan esto como una máxima. El “pon los
pies sobre la tierra” de América Latina no tiene cabida en el sueño americano.
En el país del Tío Sam lo que vale es soñar, ser creativos, locos
emprendedores. Al más de lo mismo hay
que derrotarlo con nuevas ideas. Es ahí donde deriva el mito de los Estados
Unidos.
Es obvio que en una nación donde los ciudadanos
posean un espíritu tan competitivo, así de competentes y espectaculares se
reflejarán sus resultados.
En el deporte
No pensar jamás, mientras aún haya posibilidad,
que la causa está perdida. La serie mundial ganada por los Mets a Boston es tan
solo un botón. Andre Agassi y Pete Sampras, en el Tenis, nunca dieron una
batalla por perdida y por eso, en la década de los 90 del siglo pasado, dominaron
el escenario tenístico mundial. Las hermanas Venus y Serena Williams, en esta
centuria, han dejado impresa su gallardía en el Tenis femenino. Michael Jordan,
considerado el mejor baloncestista de todos los tiempos de la NBA, ayudó a los Bulls de Chicago
a ganar seis campeonatos. Tiger Woods fue amo y señor del Golf. ¿Y quién no
recuerda a los Bravos de Atlanta (The Americas Team) de los 90?
Es evidente que mientras más atletas sean
entrenados para creer en lo imposible y en la magia, habrá más equipos de
místicas ganadoras. Al deportista de cualquier competición no solo basta con
trabajarle las habilidades y pulirle el talento, sino también la parte
emocional. Por eso es que en EUA siempre veremos jugadores y equipos fuera de
serie. En este mundial de fútbol pudimos observar como una selección
estadounidense venció a la de Ghana 2-1 y estuvo muy cerca de vencer a la de
Portugal cuando apenas faltaban algunos segundo para finalizar el partido.
Aquel juego finalizó empatado 2-2.
Si ahora, en octavos de finales, el onceno de
los Estados Unidos logra vencer en su disputa al favorito de Bélgica, de seguro
que los medios de comunicación del gigante norteño venderán esta proeza como
epopeya histórica …no importa si luego los eliminen en cuartos de finales. Las
plumas más brillantes de EUA se jactarán en resaltar ese hecho, de explicarle
al mundo algo así como “vencimos a un gigante y avanzamos a cuartos de finales.
Somos una selección en evolución y, es posible, que un gran sueño como la copa
del mundo no esté tan lejos como otros piensan. Si podremos”.
El soccer, como le llaman al fútbol los
gringos, cada vez gana más terreno entre el público y los que gustan practicar
este deporte en EUA. Muchas escuelas públicas y universidades poseen campos
para este deporte. La Major League
Soccer (MLS), que nació en 1993, se consolida como una de las ligas
futbolísticas más fuertes y rentables del continente americano.
Estados Unidos, además, ha ganado en cinco
ocasiones la Copa
de Oro de la Concacaf
(1991, 2002, 2005, 2007 y 2013) y disputó, en 2009, la final de la
Copa FIFA Confederaciones ante Brasil. El
revés fue por un gol, 2-3.
¿Acaso no refleja todo esto mística ganadora?
Naturalmente que sí. Independientemente de que seamos pro o anti EUA, el
raciocinio no se debe perder. Esos campeonatos, en un deporte como el fútbol,
que no es el más popular entre los estadounidenses, es otra buena explicación.
El atleta promedio de EUA, en cualquier
deporte, ha sido entrenado para la excelencia, para la perfección, pero sobre
todo, para creer, soñar en lo imposible, en el We still believe (Aún
creemos). Esa es la razón de los milagros, de los mitos y ensueños de esa gran
potencia mundial.
Yo también creo en el mito: sueño con ganar
muchos premios, trofeos y medallas en el scrabble en español. Por cierto, este
maravilloso juego de palabras, del cual se han vendido más de 150 millones de
unidades en todo el mundo y en varios idiomas, fue obra maestra de dos genios
estadounidenses que trascendieron, que vieron más allá del horizonte, que creyeron
y soñaron: Alfred Butts y James Brunot. Gracias a ellos, hoy tengo un
pasatiempo favorito. El scrabble es el número uno de mi vida.
I believe, too.
martes, 24 de junio de 2014
Scrabble regalo en mi 39° aniversario
sábado, 21 de junio de 2014
Liceísta, egoísta del ayer; aguilucho, egoísta de hoy
Antes los liceístas no apoyaban a las Águilas
en la Serie del
Caribe; ahora son los aguiluchos que le pagan a Licey con la misma moneda.
Por Iván
Ottenwalder
Durante mucho tiempo en la República Dominicana
ha sido muy común escuchar comentarios tales como “si Licey va a la Serie del Caribe yo no lo
apoyo”, “para que ganen las Águilas allá afuera que gane otro equipo, pues yo
no quiero saber de esos malditos aguiluchos”. Es un odio deportivo pero ancestral,
que data de los años 70, fecha en que se retoma la celebración de la Serie del Caribe, evento que
se había interrumpido entre 1960 y 1970.
Supongamos que en este momento un extranjero
cualquiera, español, nicaragüense o mexicano me preguntase el por qué de ese
rencor cuando se trata de representar a su propio país. Para responderle a su
interesante inquietud tendría que apelar precisamente a la historia, al génesis
de todo.
Ese génesis al parecer podría remontarse a los años
70, una verdad a medias, pero del todo no es así. El origen es más antiguo y
hay que buscarlo en los 50, específicamente a partir de 1952, cuando las
Águilas Cibaeñas y Tigres del Licey se enfrascaron en una emocionante final la
cual fue ganada por los cibaeños. Era la primera vez que un conjunto de béisbol
de Santiago de los Caballeros vencía a uno de la capital en series finales. Nadie lo podía creer
y esto causó mucho asombro. Los fans aguiluchos no solo celebraron su corona
obtenida sino que se dieron a la tarea de mortificar y burlarse de los derrotados
hinchas liceístas. Los aficionados a Licey nunca lo perdonarían.
Al año siguiente, en 1953, aquellos equipos
volvieron a enfrentarse en la gran final. Esa vez el triunfo fue para los
liceístas; las cuerdas y burlas la recibieron los vencidos aguiluchos. Once años
transcurrirían para que Águilas y Licey volvieran a verse las caras en la
final. Aquello ocurrió en la temporada 1963-64. En una serie pactada al mejor
de un 9-5 el equipo santiaguense ganó los primeros tres partidos. Sus
entusiastas aficionados ya se creían ganadores. Se lo creyeron pero no lo
consiguieron. Licey remontaría y ganaría cinco juegos consecutivos y alzaría el título. El desconsuelo fue enorme para los aguiluchos, desconsuelo que
alimentaría sed de venganza.
Década del 70
El decenio de los años 70 representó el regreso
de la Serie del
Caribe y el renacer de la rivalidad aguilucho-liceísta. Pero lo más lejos y
patético que se podía pensar era que los fanáticos de uno y otro conjunto
llegaran al extremo de odiarse y desearse lo peor en caso de que uno
representase al país en el clásico caribeño.
En seis ocasiones durante esa década los
archienemigos se enfrascaron cara a cara en el playoff final de la pelota dominicana, con tres coronas para
cada uno. En el clásico caribeño los Tigres del Licey obtuvieron 4 cetros y las
Águilas cero. A partir de las dos primeras contiendas caribeñas ganadas por los
azules, 1971 y 1973, la prensa liceísta, radicada en Santo Domingo,
conjuntamente con la gerencia de Relaciones Públicas de los Tigres, desplegaron
todo un aparataje mediático con el objetivo de hacerles ver a los dominicanos
que Licey era el único equipo nacional que nos representaba con dignidad en
playas extranjeras, trayéndole al país el título de la Serie del Caribe. Además,
aprovecharon las malas actuaciones de las Águilas en dicho evento, sobre
todo cuando el país fue anfitrión en 1972 y 1976, para vender la imagen de que
las Águilas era un conjunto que nos hacía pasar vergüenza y que un equipo así
no era digno de representarnos en la llamada pequeña serie mundial latinoamericana.
Esta campaña jugó su papel y provocó la indisposición de muchos fans liceístas
de apoyar a la República Dominicana
si el representante eran las Águilas Cibaeñas. La cuestión era peor si los
aguiluchos les ganaban la final a los Tigres, como sucedió en 1971-72, 1975-76
y 1977-78. Como toda acción provoca una reacción los hinchas de las cuyayas
también pagaron con la misma moneda. El odio se recrudecía dependiendo de quien
de los dos ganara el campeonato local y posteriormente asistiera a la Serie del Caribe. Se degeneró en
el infantil absurdo de que "si tú no quieres que mi equipo gane por el país yo
tampoco quiero que gane el tuyo". Era muy común ver a los dominicanos liceístas
respaldar al representante campeón de Venezuela, México o Puerto Rico y no a
las Águilas Cibaeñas de la República
Dominicana. Si los representantes del país eran los felinos
entonces los aguiluchos se ponían a favor de los demás contrincantes latinos.
Años 80, etapa no
superada
A pesar de todo hubo una minoría de aguiluchos,
como mis padres, que supo perdonar y respaldar, aunque sin mucho entusiasmo, a
la escuadra azul en el clásico de febrero de 1983, 1984 y 1985. Mi hermano Carlos,
aguilucho furibundo, no. Me acuerdo como se alegraba de la derrota liceísta en la Serie del Caribe del 84. Aún
me quedaba mucho por ver en la vida.
En los torneos de 1985-86 y 1986-87 las Águilas
volvieron a ser campeones y a representar a la nación en el Caribe. Recuerdo
perfectamente como mis amiguitos liceístas del colegio y muchos vecinos del
barrio Los Maestros gozaban con saña los reveses aguiluchos en las del Caribe
del 86 y 87. Aún no olvido como mi profesora de quinto de primaria, Moraima
Mora, tras la derrota aguilucha en el 87 me decía “ves, Iván, que las Águilas
lo único que saben hacer es pasar vergüenza allá afuera, si fuera Licey de
seguro hubiésemos puesto al país en alto y traído el título”. Tampoco borro de
mi memoria cuando en febrero de ese año, Ricardo, un amigo de infancia, fue a
casa a mostrarme, en tono burlón, una caricatura de un periódico en la que
figuraba un águila golpeada y desplumada. En la prensa capitalina resucitó el
manido de que las Águilas solo iban a la del Caribe a perder y pasar vergüenza,
que el nuestro era un equipo fucú y que no merecía ganar siquiera el torneo
local.
Confieso, fui creciendo en ese entorno, sin
poder entender tantas incongruencias de aguiluchos y liceístas. El odio entre
unos y otros en la pelota de patio podía ser explicable, pero no cuando se
trataba de representar la bandera nacional.
Para colmo de los colmos, cuando los Leones del
Escogido ganaron la del Caribe (en 1988)
que se había efectuado para la ocasión en Santo Domingo, los aficionados
liceístas nos sacaron en cara, a los aguiluchos claro, que hasta el Escogido
era capaz de triunfar en la Serie
del Caribe y nosotros no. No bastaba solamente festejar el triunfo
dominicano, sino mortificar a los fans de las Águilas.
El Escogido volvió a ganar el cetro caribeño en
1990 y la absurdez liceísta contra los aguiluchos, además de innecesaria, se
hacía más insoportable.
Década de los 90, del
trauma a la gloria
En 1991 Licey volvió a representar a la nación
en la del Caribe, celebrada en Miami, y la ganó. Se puso de moda en las
juventudes simpatizantes de los azules y rojos, obviamente que con la ayuda certera de la
prensa mediática, que Licey y Escogido eran los equipos más asperísimos y
bacanos y que las Águilas eran los más chopos. Lo sorprendente de todo es que
los aguiluchos no teníamos cómo defendernos de esos ataques, pues en efecto,
nunca ganábamos la del Caribe.
Llegó el 1993, las Águilas habían ganado el
campeonato nacional y regresaban al clásico caribeño, celebrado en México. A pesar de haber
perdido sus dos primeros partidos lograron remontar y ganar cuatro en línea y
forzar a los Cangrejeros de Santurce, de Puerto Rico, a un partido decisivo
para determinar el campeón. Santurce campeonó y las Águilas tuvieron que
conformarse con el segundo puesto. Los ataques y burlas de los “patriotas”
liceístas continuaban. Ricky, un compañero de estudios en tercero de
bachillerato, se pasó el resto del año dándome cuerda por el revés cibaeño.
Licey ganó la del Caribe del 1994 de forma
invicta. Las Águilas, representando al país en el clásico del 1996, y con un
equipo muy poderoso al que le llamaban el Dream team dominicano, perdió en
territorio quisqueyano, quedando en tercer lugar. Ya me la estaba creyendo, que
nuestro equipo era chopísimo, que solo Licey y Escogido podían ganar la del
Caribe por el país. Aquella máxima, sostenida por la poderosa prensa capitalina
y las juventudes liceístas y escogidistas, cada vez ganaba más
credibilidad. Resignadamente lo aceptaba.
Lo más lejano que tenían los aficionados azules
y rojos, pero mucho más los azules, era que la pesadilla aguilucha estaba por
llegar a su final. Así ocurrió en febrero de 1997, pero el camino no fue fácil.
En la final de la campaña 1996-97 las Águilas habían
vencido por barrida de 4-0 a los Leones del Escogido. El destino a
disputar la Serie
del Caribe de 1997 era el Estadio Héctor Espino, en Hermosillo, México. En ese
mismo escenario, diez años atrás (1987), a las Águilas se les había escapado el
campeonato de las manos. Luego de haber ganado sus primeros cuatro desafíos
perdieron tres seguidos, el último ante los Criollos de Caguas, que de paso se
alzó con el cetro.
Pero la del 97 no sería la del 87 y la historia
se escribiría de otra manera. Las Águilas iniciaron sufriendo, perdiendo sus
dos primeros desafíos. Algunos de mis amigos liceístas ya celebraban, el
consabido de “ustedes solo pasan vergüenza” volvía aflorar. A pesar de la
adversidad, los aguiluchos creíamos. Tendríamos que perder tan solo un juego más para
ser eliminados, pero ese UNO, para beneplácito nuestro, no llegó; todo lo
contrario, hicimos el milagro. Pudimos regresar y, con una bestial ofensiva de
los bates aguiluchos y un pitcheo que ya iba mejorando, nuestro equipo triunfó
en los últimos cuatro partidos y se consagró campeón caribeño. El drama de
terror había terminado. La hinchada aguilucha se lanzó a la calles a celebrar.
No era para menos. Era el fin de la pesadilla, de las burlas, de los ataques,
del sambenito en la espalda.
Hay que reconocer que al día siguiente la
prensa capitalina se comportó con altura. Los nuevos monarcas del Caribe
recibieron todos los elogios y los mejores titulares en las secciones deportivas de los diarios. En la televisión y radio, por igual. Enojarse por la
victoria del enemigo, también dominicano, hubiese sido el peor de los
sinsentidos.
Los aguiluchos fuimos al aeropuerto a recibir a
nuestros campeones. Algunos liceístas y fans de otros equipos también se nos
unieron en la celebración. Varios liceístas, sin proponérselo, estaban
expresando sus disculpas a las Águilas del Cibao.
Las Águilas volvieron a repetir en la del
Caribe del 1998 y se convirtieron en la única escuadra en la historia en ganar
este evento por dos años consecutivos. Los liceístas ya eran más comprensivos,
aunque la rivalidad de patio seguiría siendo igual de titánica como hasta hoy.
Siglo XXI, más odian
los aguiluchos
Cuando parecía que con los triunfos caribeños
de las Águilas del 97 y 98 las heridas habían cicatrizado, la situación se
tornó más ridícula. Muchos liceístas, exceptuando a una minoría, no tenían
problemas en apoyar a las Águilas en la Serie del Caribe, pero la reciprocidad no se reflejaba en el bando contrario. Cuando en 2004 Licey fue el representante caribeño por el
país, una avalancha de aguiluchos decidió no respaldar al equipo dominicano.
“Yo a ese equipo no lo voy apoyar”, “Ay, ojalá Licey pierda”, solían expresar
los fans de las Águilas, que ya no tenían por qué sentirse tan dolidos, pues su
novena beisbolera también había señoreado en las del Caribe del 2001 y 2003.
Los Tigres ganaron en 2004 y los aguiluchos decidieron no participar en el festejo
de sus compatriotas. Ni siquiera los felicitaron.
Licey representó a los dominicanos en el
clásico del 2006, el cual perdieron ante los Leones de Caracas, de Venezuela. Mayoría
aplastante aguilucha lo vitoreó en grande. En el 2007 las Águilas triunfaron en Puerto Rico
y muchos liceístas celebraron en bares y colmados el triunfo del país con sus
archienemigos locales. No sucedió lo mismo en 2008, cuando la del Caribe fue
escenificada en Santiago de los Caballeros. Para aquella ocasión, República
Dominicana, como país sede, tuvo dos representantes, debido a que en Puerto Rico no se celebró torneo otoño-invernal en la estación 2007-2008. Por tal motivo se completó el hueco faltante con el conjunto subcampeón dominicano, que había sido Licey. En efecto, esto fue un golpe de suerte y coyuntural que benefició a la escuadra felina.
Los Tigres ganaron el título caribeño, llegando a vencer en dos importantes partidos a sus compatriotas Águilas del Cibao. Durante la serie fue
notable observar como la hinchada aguilucha
vitoreaba a las selecciones mexicana y venezolana cuando estas enfrentaban a Licey.
Partiendo del 2014, y como pinta el panorama,
no sería errado suponer que estas dos tradicionales fanaticadas seguirán
rivalizando en el béisbol local. Pero cuando se trate de representar a la
nación en la del Caribe, los aguiluchos tendrán que aprender a dejar un poco atrás
el infantilismo.
domingo, 11 de mayo de 2014
Águilas Cibaeñas, campeones nacionales temporada 1985-86
Por Iván Ottenwalder
Galería de imágenes del campeonato que las Águilas Ciabeñas ganaron en la temporada 1985-86 ante los Tigres del Licey (4-1).
FUENTE: Periódicos El Nacional, Última Hora y La Noticia, febrero del 1986.
Galería de imágenes del campeonato que las Águilas Ciabeñas ganaron en la temporada 1985-86 ante los Tigres del Licey (4-1).
Fanáticos de AC celebran victoria. |
Cecilio Guante. |
Celebración en el camerino aguilucho. |
Jugadores de las Águilas emocionados. |
Dirigente Winston Llenas recibe trofeo de campeón. |
Tony Peña. |
Todo era pura alegría. |
Hinchas de las Águilas preparando el ataud del tigre. |
Kevin Mitchell, bateador de poder de la Águilas en la temporada 1985-86. |
Tony Peña y sus compañeros lo festejaron a lo grande. |
Winston Llenas se retrató con sus familiares. |
FUENTE: Periódicos El Nacional, Última Hora y La Noticia, febrero del 1986.
sábado, 3 de mayo de 2014
Estrellas Orientales y su último campeonato. Al final nadie recordará la historia
En San Pedro de
Macorís son menos los que tienen memoria de la última corona de las Estrellas
Orientales. Muchos han muerto.
Por Iván
Ottenwalder
Hace 46 años que las Estrellas Orientales,
equipo de San Pedro de Macorís, no gana un campeonato de béisbol
otoño-invernal. Cuando lo consiguieron por última vez, la noche del 14 de
febrero de 1968, los niños que tenían 8 años de edad ahora tienen 54, los que
contaban con 10 hoy suman 56, los de 15 hoy son de 61, los de 20 tienen 66 y
los de 30 o más cuentan en este momento, si es que hay algunos vivos, con 76 y
más edad.
Estamos hablando de que en San Pedro, una
provincia al día de hoy con algo más de 290 mil habitantes, el segmento
poblacional y aficionado al béisbol que vivió y recuerda aquel momento que su
equipo se tituló campeón, corresponde al grupo de personas mayores de 54 años.
Mery “la peleona”, petromacorisana que reside
en Santo Domingo y dueña de una cafetería ubicada en un edificio de oficinas
del Estado, recuerda la alegría vivida en Macorís la noche del campeonato.
“Cuando las Estrellas ganaron yo era una niña chiquita y andaba con una rama de
un árbol ondeándola mientras pasaban los vehículos tocando bocina. Así estaba
mucha gente”, relató en enero del 2011 ante un grupo de clientes.
Como ella, que pueden atestiguar de aquella
hazaña, aún quedan miles en su pueblo natal y en todo el país, pero también es
cierto que otros numerosos miles hace tiempo fallecieron. De los que quedan
vivos muchos fueron al Estadio Tetelo Vargas el 14 de febrero del 68 a presenciar ese memorable
partido de campeonato; otros lo escucharon por radio.
Analicemos ahora la edad que tendrá toda esa
gente viva y lúcida mayor de 54 años dentro de 30. El de 54 tendrá 84, el de 61
tendrá 91, el de 65 contará con 95 y el de 70 con 100. Tomando como premisa la
esperanza real de vida de los dominicanos, que es de 72 a 73 años, casi seguro que
todos esos testigos habrán perecidos.
En una ocasión escuché a un amigo decir que
“ser estrellita era ser más que un fanático”. Nada lejos de la realidad. A
pesar de las frustraciones de niños, adolescentes y adultos que no han visto nunca
ganar a su equipo, y los más mayores, que pueden contar la historia del último
cetro, todos ellos, aficionados al fin, se sienten felizmente orgullosos de ser
estrellitas. Esa frustración y tristeza solo puede ser superada y convertida en
felicidad si las Estrellas logran conquistar la añorada corona. Si el “año
verde” deja de ser una fantasía y pasa a un hecho real. Eso evitaría que los
hoy adolescentes, mayores de veinte, treinta y cuarenta años mañana se vayan de
este mundo sin haber visto campeonar a su equipo.
La novena beisbolera de Macorís tiene dos
derroteros: o ganan cuanto antes el campeonato o prolongan, indefinidamente, su
agonía perdedora. En caso de ocurrir lo último, no quedará una estirpe viviente
que recuerde la historia de aquel febrero del 1968.
domingo, 27 de abril de 2014
Protejamos a nuestros estudiantes corruptos
Hay que sanear los entornos universitarios retirando los drinks y colmadones.
Por Iván
Ottenwalder
En la República Dominicana,
como ya es común, toda tendencia negativa nace un día. Al principio, por no ser
de gran magnitud, no se le presta la debida atención. Esta va, con el pasar de los años, tomando cuerpo y,
finalmente, llega un momento que se convierte en una fea problemática.
Recuerdo, cuando estudiaba en la Universidad Católica
de Santo Domingo, en el segundo lustro de la década de los años 90, a los universitarios que
frecuentaban el colmado El Dogaut, cercano
a dicha universidad. A partir de las seis de la tarde llegaban estudiantes a
tomarse sus tragos, cervezas y ron, mayormente. Esto no ocurría solamente los
viernes, sino cualquier día de la semana. Podía ser un miércoles, martes o
hasta un lunes.
El Dogaut fue ganando cada vez más adeptos
dentro del estudiantado de la universidad. “Vamo
pal Dogaut”, era el grito de moda, aunque no de todos, si de una gran
representación estudiantil. Ya en otras instituciones universitarias de la
capital se reflejaba la misma situación, aunque no a niveles preocupantes como
los de hoy.
Con la llegada del siglo XXI se ponen de moda
en el país las tiendas de bebidas alcohólicas, conocidas como drinks. Los estudiantes, ya corrompidos
por culpa de la proliferación de colmadones en las cercanías de sus
universidades, se convirtieron rápidamente en
target o blanco de público ideal. De modo que, los drinks, comenzaron a asentarse
por los alrededores de estas academias de estudios.
Desde hace prácticamente un mes el periódico El
Caribe viene publicando una serie de reportajes denunciando la magnitud de este
mal. Y cierto que es un mal, pues todo ente racional, dominicano o de cualquier
otro rincón del mundo, debe entender que la universidad es una entidad
educativa creada para investigar, para producir conocimiento y nuevas ideas, en
fin, para formar profesionales competentes e innovadores que respondan a las
exigencias del presente y futuro.
Los entornos universitarios deben producir
entes de soluciones y cambios, no alcohólicos y borrachos, que nada le
aportarán a la nación.
Ahora el gobierno analiza y discute el tema,
las instituciones del Estado se echan la culpa unas a otras. En lo que se
pierde el tiempo los colmadones y drinks siguen en su mismo lugar.
Es cierto que una mayoría aplastante de nuestra
juventud estudiantil está podrida, mucha de ella sin una dosis de juicio. Los
dueños de los centros de bebidas podrán alegar que los muchachos de las
universidades son adultos y responsables de sus actos. No deja de ser cierto,
pero tampoco lo deja de ser que toda autoridad gubernamental o stablishment
político tiene como misión proteger a su gente, a sus estudiantes
universitarios incluidos, de toda degradación o putrefacción social. No estoy
proponiendo con esto el fomento de seres angelicales, que no los existen en
ninguna parte, pero si de seres humanos mejor orientados y con las herramientas
necesarias para generar un país de luces y avances y no de atraso.
Lo más idóneo por parte del Estado sería tomar
una decisión oportuna cuanto antes. Hay varias alternativas: llegar a un
acuerdo con los propietarios de colmadones y drinks, comprándoles sus locales;
motivarlos a que se muden para otros espacios, siempre alejados de las
universidades o, en caso extremo (ojalá no suceda), cerrarles sus negocios si
se oponen al diálogo.
Cada ciudadano debería hacer un ejercicio
sencillísimo. Plantearse cual será el derrotero de la República Dominicana,
de los niños de hoy, de los nietos y biznietos del mañana. Si dejamos todo tal
cual está, diez, veinte, treinta, cuarenta y cincuenta años después, el caos
será peor y los países del primer mundo, con toda la razón, seguirán
considerándonos “Estado Fallido”, país incapaz de resolver sus propios
desórdenes.
Pareciera, o da la impresión, de que vivimos en
una sociedad donde todos nos conocemos y nadie puede abrir la boca porque cada
quien tiene cola que pisar. No somos más que infelices víctimas producto de la
podredumbre engendrada de antaño. Claro está, podredumbre a la que nunca se le
ha prestado la debida atención.
Estamos ante un momento cumbre para tomar
cartas en el asunto. Tenemos un gobierno con una gran aceptación ciudadana, sin
parangón en la historia. No tomar las medidas necesarias, AHORA, podría cobrarnos
terribles facturas en el porvenir.
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