Por Iván Ottenwalder
El mes de marzo transcurrió normal. Cada día me restablecía mucho mejor. La única situación molestosa fue una inflamación en una encía dental, específicamente la cercana a un implante de una coronita que me fue colocada a finales del año 2015. Sentía mucho dolor y molestia por esa zona, Inclusive, llegué a sentir
temblores de fiebre y ni siquiera podía masticar bien por el lado
derecho. Una mañana, mientras laboraba en mi lugar de trabajo, tuve que
pedir una autorización para salir debido a la fuerte molestia. De regreso en casa fui al espejo a checarme la encía afectada. Estaba hinchadísima. Decidí exprimírmela y brotó una sangre negruzca y mal oliente. De hecho, también sentía mucha halitosis por aquellos días. De repente sentí un alivio. De todos modos me comuniqué con mi odontóloga para explicarle lo sucedido. Cuando acudí a su cita me la checó e indicó un producto, el cual me regaló, para hacer enjuagues bucales. También me otorgó unos antibióticos a tomar por 5 días. Empecé a mejorar pero a los pocos días regresé a la consulta, pues el mal aliento e inflamación de nuevo me regresaban. La especialista me anestesió la encía inflamada. Me extrajo
más líquido sanguinolento entre rojo y negruzco. Al final me indicó
tomar amoxicilina por unos 5 o 7 días. "Si no mejoras pues te hago un
radiografía", me explicó. El resultado fue óptimo, la inflamación y halitosis dijeron adiós y hasta el momento no me han molestado más.
Mientras tanto, para el caso de mi goteo post-nasal, terminé con la misma prescripción médica recomendada por el otorrino. La molestia de la amígdala lingual derecha me había dejado en paz por tercer mes consecutivo, sin embargo, otro imprevisto, de esos inesperados, tuve que encarar a principios de abril. Se trataba de mi dermatitis atópica, que se me estaba agudizando, aunque solo en las extremidades inferiores. Recurrí a una dermatóloga del Centro Médico Real quien me había solucionado un caso peor en abril del 2015. Me checó la zona afectada e indicó un fármaco que desde hace años me ha hecho buen trabajo: el Atarax de 25 mg. Junto a éste me prescribió una crema llamada Dermosona y otro antialérgico de nombre BRONAL. Y, para terminar, unos análisis sanguíneos, incluyendo la prueba de IGE.
Me hice los estudios un sábado en la mañana y los recogí dos días después. Resultaron estables, salvo el colesterol un poco alto y unos comentarios al final del hemograma los cuales desde principios de 2016 siempre salen publicado. ¿Cuáles?
- Citometría de fujo: Impedancia eléctrica para glóbulos rojos y plaquetas
- Citometría de flujo (Fluorescencia) para glóbulos blancos
- Hematócrito calculado a través de detección por amplitud de pulso
¿Por
qué desde 2016 me vienen saliendo esos comentarios en mis hemogramas?
No lo sé, pero lo cierto es que los vengo relacionando desde aquel problema amigdalítico que inició en febrero de 2016.
Una noticia halagüeña
fue, que mis niveles de IGE en la sangre se me habían reducido
nuevamente, bajando de 12,498 UI/ML en 2016 a 7,649 UI/ML en abril de
2017. Aunque deseaba algo mejor, de cualquier forma, no estaba mal.
Mostré mejoría con la medicación y le llevé los
resultados a la dermatóloga a la semana posterior. Me encontró mejor de
la piel, pero me preguntó "¿tú siempre tienes esa IGE tan alta?" Le respondí que sí, y que mi pico más alto había sido de 19,000
UI/ML en diciembre de 2013. Le hablé de los fármacos que no me
funcionaban, de las vacunas de inmunoterapia que no me hicieron ni
cosquillas en 2014 y 2015, pero también le dije que la hidroxicina había sido mi paño de lágrimas, y que gracias a ella fue que mis niveles séricos de IGE pudieron reducirse satisfactoriamente, aunque reconocí que aún quedaba mucho trecho por andar.
La especialista de la piel volvió a indicarme el Atarax y otro antialérgico de nombre Ketifen, los cuales me los regaló. También me prescribió otra prueba de IGE para que me la tomaran en dos meses.
Mes de mayo
El inicio de mayo arrancó estable, pero al final mi organismo empezó a dar muestras de molestias extrañas. Los
abatimientos, fatiga, cansancio, sudoraciones inexplicables y, sobre
todo, el regreso del estreñimiento, algo que yo había dado por superado
desde hacía casi más de un año y medio. Sin embargo, mis heces volvieron a la normalidad al poco tiempo.
De regreso al otorrino
El 24 de mayo, como estaba estipulado, regresé al otorrinolaringólogo en el Centro de Otorrinolaringología y Especialidades. Una buena nueva que descubrí aquella tarde fue que la huelga de los otorrinolaringólogos había llegado a su fin y ya estaban recibiendo prácticamente todos los seguros médicos.
El doctor evaluó garganta, nariz y oídos y todo iba a las mil maravillas. Le hablé sobre la caída de mi defensa y debilidad corporal que me aquejaba desde una semana atrás. Me prescribió la Lisozyma y el Luivac a para tomar a diario, el primero por 36 días y el segundo por dos meses, con un mes de intervalo sin tomarlo. Me pidió que regresara en dos meses para ver si ya me daba de alta. Salí satisfecho del consultorio.
El doctor evaluó garganta, nariz y oídos y todo iba a las mil maravillas. Le hablé sobre la caída de mi defensa y debilidad corporal que me aquejaba desde una semana atrás. Me prescribió la Lisozyma y el Luivac a para tomar a diario, el primero por 36 días y el segundo por dos meses, con un mes de intervalo sin tomarlo. Me pidió que regresara en dos meses para ver si ya me daba de alta. Salí satisfecho del consultorio.
Visita al gastroenterólogo
En la Clínica Independencia consulté a un gastroenterólogo para explicarle
sobre mi ardor estomacal y estreñimiento. Luego de realizarme una larga
serie de preguntas me evaluó. Finalmente me aconsejó sobre lo que debo o
no debo comer dada mi situación de paciente con reflujo gástrico.
También me prescribió
ESOMEP-20mg a tomar una pastilla diaria una hora antes del desayuno y
un producto llamado EUROGASTRO. Me citó para dentro de una semana una
vez tuviera los análisis de sangre que me prescribió. Me dijo que si mejoraba no me indicaría la endoscopía por el momento, pero en caso contrario, tendría que hacerlo.
Los análisis de sangre salieron bien. El colesterol se me había reducido significativamente y ya casi se estaba regulando. Los eosinófilos sí se dispararon, después de haber estado normales en abril.
Seguía tomando los fármacos indicados. Estaba defecando mucho mejor, pero en ocasiones sentía como una sensación de gases subiéndome a la garganta.
El regreso del problema de la garganta
Desde
hacía seis meses ya daba por capítulo cerrado aquel problema de la
inflamación e irritación de la faringe y amígdala lingual derecha. ¡Así
mismo, de nuevo la derecha, como la vez anterior! Me estaba ardiendo y
molestando por esa zona derecha de mi cuello. Entre los síntomas
acompañantes: sensaciones de desmayo, abatimiento y pérdida de fuerza. También sudoraciones corporales nocturnas en lugares con buena ventilación. Varios dolores de cabeza leves y recurrentes me agobiaban. De todos modos seguía tomándome la medicación prescrita. La única parte buena era que al menos seguía drenando toda aquella flema vieja acumulada de años de mi seno esfenoides.
No quise hacerlo pero no tuve de otra. Regresé al otorrino y le expliqué con detalle los síntomas. Entre otras de las
cosas le hablé de que tenía varios días tomando agua de manera
compulsiva para tratar de hidratar el malestar de mi zona derecha de la
faringe. Me evaluó y, cuando me frotó la paleta en la amígdala lingual
derecha sentí mucho dolor y algo de náuseas. Me prescribió análisis y otro tipo de medicación: SUCRAMAL (1 GR) para realizar gárgaras, Etopan-400 mg, Lukastma Adulto y un Pantropazol de 40 mg. para que me cubriera el estómago. Los análisis deberé llevárselos la semana próxima sin falta.
Mi reflexión final a todo esto:
¿Hasta cuándo seguirá la misma odisea con esa garganta tan vulnerable? ¿Pasaré el resto de mis días comprando medicamentos costosos? ¿Por qué un problema en apariencia resuelto volvió a visitarme? ¿Por qué
aquellos comentarios en mis hemogramas desde el año anterior? ¿Habrá un
fin satisfactorio? ¿Seguiré la vida entera mejorando por unos meses
para luego empeorar, y sanar y empeorar nuevamente? ¿Quiero yo eso? Por
supuesto que no.
Una
vez escribí en una de estas crónicas que si fuese el caso ya extremo,
donde no quedase de otra, no le tendría el más mínimo miedo a regresar
al quirófano? ¿No podrá ser acaso la solución final extraer esas amígdalas linguales, que, aunque no hieden ni lucen infectadas, debieron haber sanado definitivamente hace mucho? Ya está bueno de tantas consultas al Centro de Otorrinolaringología y Especialidades.
En la edición pasada dejé clara mi intención de viajar en octubre para Asunción, al mundial de scrabble en español. Pero, ¿con una faringe tan vulnerable y amenazante me atrevería a hacer ese viaje? Me lo voy a pensar dos veces.
Lo siento, pero en esas condiciones no
podré darle fin a esta saga de capítulos. Por mí, ojalá no tener que
volver por 20 años ni a otorrinos, ni médicos de las vías digestivas y de ninguna otra especialidad.
Hubiese deseado un final diferente, pero,
Continuará...
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