Por Iván Ottenwalder
La historia que voy a relataros está basada en un episodio
ocurrido en la vida real cuyo punto de partida se remonta al otoño del año 2008
y su fatídico desenlace a la primavera de 2014.
Por cuestiones de discreción he decido cambiar el nombre de
casi todos los personajes, incluyendo al del funesto protagonista, así como el
de algunos lugares. Eso sí, los hechos han de ser narrados tal cuales
ocurrieron, sin medias distintas ni ocultamientos.
EM, nombre imaginario que le he dado a mi protagonista que
realmente existió en carne y hueso era abogado y apicultor. Dos profesiones, la
primera, realizada en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) y la
segunda en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Fue el abogado
triunfante que hizo posible, a partir del 2009, que el gremio de los médicos
veterinarios lograra una buena tajada presupuestaria por parte del gobierno dominicano
de entonces. Una gran conquista para un sindicato que no contaba antes con grandes
recursos económicos y que apenas subsistía de las cuotas mensuales pagadas por algunos
profesionales de la medicina animal. Digo algunos porque, desafortunadamente,
la mayoría de los veterinarios se hacían los desentendidos y no asumían cabalmente
sus compromisos de pago.
Un poco de historia
Desde su adolescencia en la década de los 60 del siglo XX
abrazó las ideas más radicales de la izquierda dominicana. Comunista
convencido, brillante alumno de liceo y universidad, poeta y defensor de causas
justas, cualidades muy comunes en muchos jóvenes dominicanos de aquel entonces.
Se autodefinía como un “enemigo jurado” de la “podredumbre capitalista” del
gobierno de los 12 años del presidente Joaquín Balaguer (1966-1978), razón por
la que se atrincheró en una famosa agrupación marxista en la ciudad de Santo
Domingo y que le trajo como consecuencias la cárcel, culatazos, bofetadas,
patadas y pescozones por parte de la brutal fuerza policial al servicio del gobierno
Reformista. Nunca delató a sus compañeros, mejor prefirió aguantar con
estoicismo los golpes del capitán, coronel, sargento, cabo, carcelero o quien
fuese antes que abrir el pico. Ni siquiera dejándolo pasar hambre podían los
gendarmes sacarle información alguna. Estaba dispuesto a todo, incluso hasta
morir, pero jamás desembucharía.
Logró salvársele a la muerte varias veces. Varios de sus
camaradas cayeron asesinados, aún así, mantuvo firme sus convicciones y
espíritu de lucha. Renegó toda su vida de Dios, aunque no solía discutir temas
de fe religiosa con casi nadie. Se llegó a casar muy joven y tuvo varios hijos.
Como jefe de familia fue severísimo en el hogar, tanto con su esposa y
vástagos. Fue recto y disciplinado, buen vecino, honrado y puntual en el pago
de sus deudas, pero también resentido y muy marcado por la envidia social. Buen
escritor y analista de problemáticas político-sociales. En honor a sus
principios era capaz de defender a un honesto e inocente, pero también dejar
morir a un depravado e inescrupuloso. Y era verdad. A principios de siglo XXI a
un sobrino suyo, caído en prisión por posesión de drogas, le dijo frente a
frente “usted, coja su cárcel y púdrase que yo no defiendo a sinvergüenzas”,
sin embargo, para el 2009 luchó incansablemente por sacar de la cárcel a otro
sobrino, a su entender honesto y estudioso. A ese, según me había confesado EM,
le habían tendido una trampa los agentes de la DNCD, colocándole cocaína en el
bolsillo trasero mientras disfrutaba con sus amigos en una discoteca. “Iván,
coño, me van a joder al muchacho y yo sé que él es serio, no como el otro que
te conté hace tiempo que era ladrón y droguita”, me confesó todo lloroso una
tarde que acababa de visitar a su pariente en un destacamento de Haina. “El
jefe del destacamento lo considera delincuente, traté de explicarle, de que
entrara en razón, le dije que era un buen muchacho, pero de nada sirvió.
¡Malditos policías del coño, le metieron como 8 gramitos de cocaína en los
bolsillos pa joderlo!”, me contaba lleno de impotencia, sentado a mi lado en
uno de los cómodos sofás de la sala principal del gremio de los veterinarios.
¿Y qué hacíamos en el gremio de los veterinarios aquel
abogado y yo?
En el plano legal EM había logrado una gran conquista en
beneficio del sindicato que agrupaba a los médicos veterinarios. Gracias a su
magistral defensa y determinación hizo posible que el gobierno dominicano de
entonces, encabezado por el Partido de la Liberación Dominicana, le asignara
una buena partida presupuestaria al sindicato ya mencionado. Una larga faena
que había iniciado desde finales de 2008 y culminado felizmente en la primavera
del 2009.
Yo en cambio, que estaba sin empleo, a veces me dejaba caer
por la oficina del gremio de los veterinarios siempre y cuando su presidenta me
necesitara para algún servicio: digitación de un texto, llenar una base de
datos o diseñar algunos brochures.
Nunca fui un gran diseñador gráfico, con todo y haber realizado un curso de
diseño en un prestigioso centro de la capital dominicana. Fui mediocre en la
materia, carente de estética y creatividad, sin embargo, pocas veces en mi vida
me he visto en la necesidad de diseñar brochures,
y esas pocas me tocaron en 2008 y 2009, cuando aquellas chambas temporales en
el gremio. Después de ahí, nunca más.
Fueron en esos años 2008 y 2009 cuando EM y yo nos conocimos.
Nos hicimos buenos amigos. A la par de la prosperidad económica que
recientemente él estaba experimentando, gracias a unos buenos clientes que había
conseguido y con los cuales ganó bastante dinero, aún seguía definiéndose como
un comunista convencido. Admiraba a Joseph Stalin, antiguo líder soviético a
quien consideraba como un gran referente político; también a Ho Chi Min, líder
vietnamita; a Fidel Castro (Revolución cubana); Kim Il Sung (Corea del Norte) y
Vladimir Lenin (Revolución rusa). Amén de esas añoranzas, más bien de la boca
para afuera, ya su alma era otra, una tan ambiciosa por el dinero como la de
cualquier “capitalista de derechas recalcitrante”, como él solía decir para
expresarse de los “corruptos y sinvergüenzas” que habían “pervertido a este
país”.
Sus sueños
Tras su victoria a favor del gremio veterinario este último
tuvo que pagarle por sus honorarios. Se llegó a un acuerdo en el cual el
sindicato le pagaría cuotas mensuales de aproximadamente 35 mil pesos por un
lapso de tres o cuatro años. Estos pagos se hicieron efectivos una vez el
gremio empezó a recibir las partidas presupuestarias mensuales por parte del
Gobierno Central.
Por la cabeza de EM corrían sueños, buenos proyectos, entre
ellos la apertura de un bufete jurídico “para buscarme lo mío, pero de manera
limpia y honrada”. También, tenía contemplado comprarse una buena yipeta y
remodelar su vivienda. La primera y la única de esas metas en obtener fue la
yipeta, lo demás, quedó en vagas ilusiones.
LLoira
En el otoño de 2009 EM conoció a Lloira, la encargada de una
prestigiosa óptica situada por el kilómetro 10 de la avenida Independencia, muy
cerca de donde yo residía en aquel entonces. Fue una tarde en que se detuvo a
realizarse un examen visual ya que tenía pensado comprarse unas nuevas gafas.
Entabló una amigable conversación con aquella elegante mujer, blanca y rubia. Al
final, le ofreció llevarla a su casa y aceptó.
Lloira tenía muchas amistades y pretendientes, entre ellos
Gustavo, un jevito alto, mulato y bien fornido gracias a las pesas. Intentó
varias veces conquistarla pero sin éxito alguno. Era evangélica desde hacía
unos buenos años y aprovechaba los viernes y sábados para visitar la iglesia de
una pareja de esposos cubanos que eran pastores. Conocí a aquel pastor, un tipo
prácticamente de mi edad con quien, en una ocasión, tuve un debate filosófico
en la peluquería de Juany, mi peluquero de tantos años. Recuerdo aquella
discusión. Yo era un ateo más bien por moda que por convicción o razonamiento
lógico. Trataba por todos los medios de negar la existencia de Dios basado en
el cacareado argumento científico de la falta de evidencias. El pastor defendía
su fe rebatiéndome con un argumento que, dentro de toda lógica, podía ser discutible
y sustentable al considerar “que hay situaciones en que la falta de evidencias
no necesariamente implica mentira”. Me puso como ejemplo la palabra sospecha,
planteándome la siguiente pregunta: “¿Alguna vez usted no se ha visto en
situaciones en que sospecha de algo o alguien, asegurando incluso tener la razón
pero sin tener pruebas a manos?” Tuve que cederle el punto a favor. “A mí me ha
pasado en innumerables ocasiones”, respondió el religioso. Me contó que,
durante su adolescencia, había sido drogadicto y bisexual y la fe cristiana lo
ayudó a dejar aquello atrás. “Las evidencias ayudan a resolver situaciones pero
hay que tener cuidado, pues ha habido muchas verdades carentes de evidencias y
no por eso dejan de ser verdades. Hasta la misma ciencia tiene sus márgenes de
errores, aunque mínimos, pero en esos mínimos puedan llegar a presentarse casos
de difíciles resoluciones”, argumentó.
Aunque sus explicaciones fueron mejores que las mías mantuve
mi postura atea por unos cuantos años más, creo que tres o cuatro. Para finales
de 2013 había vuelto a creer en la existencia de un ser supremo. De todos modos,
aquello no impidió que nos hiciésemos buenos amigos a lo largo del 2010.
Después de ese año, en que mudó su iglesia a otro sector, nunca más he sabido
de él ni su esposa.
Para noviembre de 2009 me encontré con EM, de nuevo por los
alrededores de la óptica donde laboraba Lloira. Acababa de visitarla. Una vez
terminada su cita aprovechó para preguntarme por el precio de los alquileres de
apartamentos en el Residencial José Contreras, condominio donde vivía junto a
mi madre. “Iván, tú no sabes la hembra
que me estoy dando, pero ando buscando un apartamento que no me cobren más de
16 mil pesos mensuales por el alquiler”, me dejó saber lleno de entusiasmo el
convencido marxista convertido a capitalista. Le prometí que le averiguaría
pero no encontré un precio acorde a lo que buscaba. De todos modos, no tardó
tanto en hallar un piso por un monto de 17 mil pesos mensuales pero en otra
zona.
EM se sentía todo un ganador, le había demostrado “a esos
comemierdas lambones y criminales que me torturaron en los 12 años de Balaguer
que yo también tengo derecho a tirarme una buena hembra rubia y blanca”. Lloira
era su gran trofeo, su dulce venganza, su amante rubia y blanca que ahora podía
exhibir con orgullo. Siempre le mortificó que los políticos corruptos, “ratones
e ineptos que no están mejores preparados que yo”, tuviesen mujeres blancas,
bellas y rubias, de pelo lacio, mientras él no. “A esos sinvergüenzas hay que demostrarles que
yo soy mejor y tengo más nivel que ellos. ¡Ratas de mierdas, coño!”, descargaba
toda su ira contra sus fantasmas del pasado.
Mientras gozaba de lo lindo con Lloira, a quien, no solo le
pagaba el apartamento, sino también los servicios de agua, luz y celular;
compras de supermercado, ropas de marca y tarjeta de crédito, descuidaba
algunos aspectos importantes, entre ellos su hogar y el proyecto de abrir un
bufete jurídico. Lloira, sin dudas le trajo satisfacción, pero también
desgracias. Las cosas no andaban bien en el hogar de EM, su esposa se enteró de
la infidelidad y le entabló una demanda de divorcio. No llegó a remodelar su
casa ni abrir el bufete; sus hijos se pelearon con él. A medida que derrochaba
el dinero con su amante, otros males devinieron, como el empeoramiento de su
salud. Desarrolló en 2013 un severo cáncer que terminó postrándolo en una cama
y llevándolo a la muerte en la primavera del 2014. Querido por muchos, odiado
por otros, entre ellos varios familiares, así falleció. Mantuvo sus ideales
ateos y comunistas hasta el final, sin ceder un ápice.
Lloira, quien lo había dejado a la hora de la enfermedad, ni
siquiera se apersonó por la funeraria o el camposanto. Es más, para el verano de 2014 en que me la
encontré en un bus público, me había comentado de lo más calmada, que se había
casado.
La vida del ser humano está llena de opciones y decisiones,
cuan si fuesen un cúmulo de carreteras o interestatales, las cuales llevan,
cada una, a un destino distinto. EM transitó las suyas y descartó otras. Tuvo
la oportunidad de conducir por aquella que le hubiese llevado a la instalación
de su bufete jurídico y a conseguir, de paso, más clientes y dinero. Pudo haber
tomado la que lo llevaría a la remodelación de su casa y la estabilidad
familiar, pero giró por la vía que lo condujo a Lloira, y de Lloira se
empecinó. No hubo excusas, sus culpables del ayer Partido Reformista,
torturadores, corruptos, ineptos y sinvergüenzas, nada tuvieron que ver con su
descalabro final producto de resentimientos y no perdones, de sus pésimas
decisiones cuando el destino comenzaba a sonreírle. Aquellos fantasmas del
pasado, quedaron absueltos por inocencia en 2014; EM, condenado por sus errores
capitales, comprensibles en la juventud, pero imperdonables en la adultez y
madurez.