A esa zona del paladar y hueso maxilar superior derecho no le ha valido NADA, ni siquiera los mejores antibióticos o antiinflamatorios. Esa es la misma zona en
que perdí por infección bacteriana dos piezas dentales (verano de
2017), se me detectó tardíamente un afta bucal (octubre 2017) y en julio
de 2016 hubo que extirparme las amígdalas palatinas (la derecha era la
problemática). Es allí de donde me viene siempre el escozor y ese
salivazo blancuzco y molestoso. Hasta la parotiditis que pillé en
febrero del presente año, y que me fue desinflamada en pocos días, fue
en la glándula parótida derecha. De modo, que no han sido pocas las
coincidencias.
Por Iván Ottenwalder
Tres
años y cinco meses han transcurrido. Tres años y cinco meses soportando
este aciago infierno: el mío. En lo particular no me consuela en nada
que haya personas en peor situación que la mía, con sida o cáncer
terminal. Me mortifica mi caso, es el que me afecta y ese es el punto.
La
secreción salivosa eterna no cede, tampoco el escozor en la zona del
paladar duro y blando derecho. Ya la situación ha llegado a un punto que
hasta en el momento digerir los alimentos me congestiono de secreción. Y
eso ocurre en desayuno, almuerzo y cena. Hace apenas como un mes mi hermano estuvo en casa y me pidió checar la zona
donde yo alego sentir la molestia y el sabor amargo del agua. Busqué un
foquito de pilas y le mostré. Comprendió
lo que venía diciendo. A su juicio, prácticamente el mismo que el mío,
el lado izquierdo se veía muy bien, mientras que el derecho se notaba
hinchado y con algunas líneas blancuzcas. Coincidimos en que no estaba
infectado, pero si alterado y deforme con relación a su contraparte
izquierda. Algo
parecido me había expresado mi madre en el verano de 2018 cuando dijo:
“no sé, parece que hay algo allí como si quisiera brotar”. Y más atrás
aún, en noviembre de 2017, me acuerdo perfectamente que una cirujana maxilo-facial, que,
junto a otro doctor que me drenó los senos maxilares una semana antes,
observó y comentó mientras me retiraba los puntos del lado derecho: “no
sé por qué eso siempre está tan hinchado”. Debí haberle preguntado a qué
se estaba refiriendo, pero cuando estoy en una camilla odontológica no
suelo hablar mucho. Pero de que es mucha la coincidencia, lo es.
Menos
mal que en este siglo XXI tengo el Internet a mi favor para que la
gente pueda conocer ahora mi versión de los hechos y no solo la de los otros. Si en el ayer estuve indefenso y mi opinión prácticamente no contaba, al menos hoy me siento más valorado gracias al ciberespacio.
A esa zona del paladar y hueso maxilar superior derecho no le ha valido NADA, ni siquiera los mejores antibióticos o antiinflamatorios. Esa es la misma zona en
que perdí por infección bacteriana dos piezas dentales (verano de
2017), se me detectó tardíamente un afta bucal (octubre 2017) y en julio
de 2016 hubo que extirparme las amígdalas palatinas (la derecha era la
problemática). Es allí de donde me viene siempre el escozor y ese
salivazo blancuzco y molestoso. Hasta la parotiditis que pillé en
febrero del presente año, y que me fue desinflamada en pocos días, fue
en la glándula parótida derecha. De modo, que no han sido pocas las
coincidencias.
Lo
peor de todo es que aún sigo atrapado en el mismo laberinto sin salida,
razón por la que ya no deseo hacer más turnos en salas de esperas ni
verle la cara a médico alguno. Estoy harto de mirar las imbéciles caras
de los pacientes en espera, de ver los rostros idiotas de las
secretarias de los médicos, y de ser examinado por perfectos ineptos,
como el otorrino del Centro Médico Dominicano, un mediocre a carta cabal.
También estoy hastiado de aquella gente estúpida
que me arropa de preguntas, que si tengo gripe, que si una alergia, que
si esto o lo otro. Los medicamentos para gripes y alergias, incluyendo
las inefectivas vacunas de inmunoterapia de 2014 y 2015, demostraron ser
una PORQUERÍA. Bueno, en verdad el que mejor me ha funcionado de todos
ha sido la hidroxicina. Tanto el ATARAX o el SERENUS (25 mg) me hacen bien y no me producen efectos secundarios. Pero es que para problemas de paladar o hueso maxilar hinchado o deforme no hay medicina que valga, solo cirugía.
Cada
noche cuando me voy a la cama lo primero que me llega a la memoria es
ese más de lo mismo que vivo día a día. Tener que acostarme para
levantarme al otro día con los mismos síntomas del coño. Esto no es un
cuento de hadas para nadie. Secreción eterna, escozor, sabor amargo del
agua, y todo eso las jodidas 24 horas del día. De nada sirve que pueda
drenar bien si a los pocos segundos me congestiono de flema salivosa
nuevamente. Es la historia de nunca acabar.
Aceptaría
de buena fe que me internen en un hospital de un país extranjero, donde
se tengan grandes avances en medicina. Aceptaría que el internamiento
dure el tiempo que sea necesario, hasta un año si es posible. Que dicho
hospital tenga a mi disposición especialistas que, no solamente me
evalúen e indiquen estudios en aparatos, sino también que platiquen
conmigo y me escuchen. Que podamos implementar una dinámica en la que,
cada vez que sienta el escozor, pueda decírselo al instante e
inmediatamente me revisen toda la zona bucomaxilar
derecha. Esto suena a utopía, lo sé, pues todavía la medicina
convencional se rige por el médico de escritorio que atiende a los
pacientes de forma rápida ...y, todo por el consabido de que afuera hay
otro montón de enfermos esperando entrar. Además, en caso de que fuera
posible esa sugerencia que planteo, me saldría bastante costosa y jamás
tendría la plata para pagarla. De todos modos, insisto e insistiré toda
la vida, que mi situación amerita de una cirugía bien profunda e
invasiva. Ya los fármacos han dicho “no podemos”.
Tampoco quiero en mi vida médicos cobardes, que tengan miedo de operarme y se valgan de evasivas astutas y
argumentos estúpidos, como un judío-mesiánico que conozco y labora en
el Centro de Otorrinolaringología y Especialidades. Si hay que operarme
pues que se proceda, si muero en un quirófano, cosa que dudo ocurra en
mi caso, pues simplemente morí y se acabó. Yo no soy de aquellos que se
aferran a querer vivir eternamente.
Un día que pasa es uno más en la existencia del ser humano, pero,
al mismo tiempo, uno menos en su vida. Todos moriremos y descansaremos
finalmente. Mi justo deseo es lo siguiente: si el caso mío no llega a
una solución satisfactoria, prefiero no vivir más 50 años; en caso de
que se solucione definitivamente, desearé vivir hasta los 80 u 85, no
más. No ambiciono llegar a los 90 o 100, y mucho menos en República
Dominicana, una sociedad con tantas precariedades, inequidades y
desigualdades.
Quiero
dejar claro que no me arrepiento ni un ápice de todo lo escrito en este
capítulo y los anteriores. Lo señalado ha sido fruto de mi convicción y
determinación. Me tiene sin cuidado lo que se diga en mi contra.
Continuará...