viernes, 8 de agosto de 2014

Azucareros del Este a la final, gracias al 1-0 histórico felizmente recordado por su hinchada


Aquel sábado 23 de enero del 1993 el Francisco Micheli estalló de algarabía. El equipo de casa, Toros del Este, pasaba a la serie final.

Por Iván Ottenwalder

El sábado 23 de enero de 1993 es una fecha con un valor incalculable para los fanáticos de los Toros del Este. Habían logrado un sueño: clasificaron a la final del béisbol dominicano, tras vencer en un partido de desempate a los míticos Tigres del Licey, con pizarra de 1-0.

Alegría en el camerino romanense.
El Estadio Francisco Micheli fue un lleno total aquella tarde del sábado 23. El partido había empezado a las 4:00 p.m., se vio parado por la lluvia en un momento y los lanzadores abridores de ambos conjuntos, Miguel Jiménez, por Licey y el veterano José Ventura, por los Toros, mostraron un efectivo control de pitcheo.

La noche del día anterior, en el Quisqueya, el equipo capitalino impuso su ofensiva y ganó con un 12-9. Los bates romanenses asustaron y por poco les remontaban. Ese resultado provocó un empate en el segundo puesto del Round Robin (10-8) y hubo que echar el definitivo, pero ya no en el Quisqueya, sino en el Micheli de La Romana.

Ambas escuadras se daban por ganadoras horas antes del choque del sábado. Los Tigres tenían a su favor la historia: la mística ganadora, saber ganar los partidos cruciales y, sobre todo, clasificarse en condiciones precarias, pues su historial estaba repleto de hazañas así. Los Toros, hombre a hombre inferiores a su adversario, pero de corazones gigantes, solo tenían como ventaja jugar en casa el juego de decisivo. Y la casa les llegó al corazón.

Los Toros, también llamados Azucareros del Este, habían disputado su primera final en 1985, en su segunda temporada de existencia. Fueron derrotados por los Tigres en cinco juegos (4-1). Ahora el destino se ponía antojadizo y los enfrentaba de nuevo, no en una final, pero si en un culminante para llegar a ella.
Bañados en cerveza.

Al arranque de aquel memorable juego todo fue cero a cero. Completado apenas el primer tercio el cielo se rajó en aguas. Hubo que poner lonas hasta que la lluvia cesó. Jiménez y Ventura lanzaban bien. Llegó el quinto de Licey, que según dice la leyenda no hay quintos malos para los azules, pero Ventura les pegó el cero. Si para alguien fue buena la quinta entrada sería para los Toros. En el cierre de esta ligaron una carrerita, y esa UNA terminaría marcando un hito para la historia de la franquicia azucarera y del béisbol dominicano. ¿Cómo la hicieron? Pues se la fabricaron a Jiménez. El lanzador azul boleó a Víctor Rosario. Una vez corriendo en la primera base Rosario se fue al robo. El receptor liceísta Gilberto Reyes dejó escapar el pitcheo de Jiménez y Rosario no solo se estafó la segunda, sino que llegó a la tercera. A Lou Frazier le tocaba su turno de batear, pero falló, y de manera ridícula, con rodado de pitcher a primera. Rosario, anclado en tercera, no podía anotar. Pero llegó el momento para un hijo del pueblo: Domingo Cedeño. Sentía un compromiso con su afición  y lo quiso cumplir. En efecto lo hizo. Disparó un sencillo remolcador al jardín derecho y Rosario esta vez si pudo pisar la goma. Los de casa tomaban la delantera 1-0 y el público enloquecía. Ellos, como sus jugadores, querían el boleto a la final para disputarla contra las Águilas Cibaeñas.

Al centro, el vicepresidente dominicano Carlos Morales.
No hubo más carreras para los Toros, pero los episodios pasaban y los Tigres tampoco anotaban, y ese simple 1-0 podría ser suficiente para que se quedaran fuera. Los fans azules, que desde Santo Domingo fueron en masas a presenciar ese juego, empezaban a mortificarse. Su equipo era poderoso pero el poderío no les estaba sirviendo de nada. José Ventura los mantenía en cero hasta el octavo. En esa entrada Ventura fue sustituido por el relevista Pedro Martínez Aquino. El dirigente taurino, Rafael “Prendalinda” Santana, había tomado esa decisión.

Noveno del susto

Licey, cuando aún creía, pero la derrota le llegó.
Los Tigres del Licey tuvieron su última hora en el noveno. Su historia siempre ha estado llena de milagros y a eso apostaban para el final. El drama comenzó contra Martínez Aquino. El fino bateador zurdo, José Offerman, pegó hit al prado derecho. La hinchada azul se paraba de los asientos, aplaudía y se emocionaba. Félix José, hombre de poder, iba al bate. A Martínez Aquino no le quedaba de otra que lanzarle. Para ser más exactos, no tenía más opciones que inspirarse y sacar temple de donde fuese …Y lo consiguió. Dominó al peligroso José con rodado a tercera base, para una doble matanza de las buenas, vía 5-4-3. Dos OUTS, los fans liceístas ahora se sentaban y se deprimían  …los de los Toros, la gran mayoría, ensordecían con su bulla.

Aún quedaba juego. Faltaba un out para eliminar a los felinos. Henry Rodríguez, zurdo, no quiso entregarlo y disparó indiscutible por la derecha. Aplausos paulatinos de los fanáticos azules, medio cabizbajos pero medio creyentes todavía. Quedaba vida en el bate de Silvestre Campusano, buen chocador de bolas. Martínez Aquino tuvo que volver a su auto terapia. Trabajó a Campusano con varios lanzamientos, hasta que le tiró el incómodo que lo abanicó. Los Toros lo habían logrado. Avanzaban a la gran final. El público romanense estalló en euforia y se lanzó al terreno de juego a festejar con sus peloteros. La emoción era enloquecedora.

Gilberto Reyes, agobiado por la tristeza.
Domingo Cedeño, el hombre del hit de la victoria no pudo contener la alegría en el camerino. “No podría definir la emoción que siento, soñaba con hacer algo grande para esta tierra y me salió ese sencillo impulsador”, declaró ahogado de júbilo a periodistas del vespertino El Nacional. “Pues soy de La Romana y mi pueblo necesitaba de mí”, agregó el jugador al prestigioso medio capitalino.

Aquella noche La Romana pareció ser el pueblo más feliz de la República Dominicana. Su gente no durmió y la gozadera señoreó por todos sus rincones. 










FUENTE: Periódico El Nacional, 24 de enero de 1993.


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