domingo, 27 de abril de 2014

Protejamos a nuestros estudiantes corruptos



Hay que sanear los entornos universitarios retirando los drinks y colmadones.

Por Iván Ottenwalder
 

En la República Dominicana, como ya es común, toda tendencia negativa nace un día. Al principio, por no ser de gran magnitud, no se le presta la debida atención. Esta va, con el  pasar de los años, tomando cuerpo y, finalmente, llega un momento que se convierte en una fea problemática.

Recuerdo, cuando estudiaba en la Universidad Católica de Santo Domingo, en el segundo lustro de la década de los años 90, a los universitarios que frecuentaban el colmado El Dogaut, cercano a dicha universidad. A partir de las seis de la tarde llegaban estudiantes a tomarse sus tragos, cervezas y ron, mayormente. Esto no ocurría solamente los viernes, sino cualquier día de la semana. Podía ser un miércoles, martes o hasta un lunes.

El Dogaut fue ganando cada vez más adeptos dentro del estudiantado de la universidad. “Vamo pal Dogaut”, era el grito de moda, aunque no de todos, si de una gran representación estudiantil. Ya en otras instituciones universitarias de la capital se reflejaba la misma situación, aunque no a niveles preocupantes como los de hoy.

Con la llegada del siglo XXI se ponen de moda en el país las tiendas de bebidas alcohólicas, conocidas como drinks. Los estudiantes, ya corrompidos por culpa de la proliferación de colmadones en las cercanías de sus universidades, se convirtieron rápidamente en  target o blanco de público ideal. De modo que, los drinks, comenzaron a asentarse por los alrededores de estas academias de estudios.

Desde hace prácticamente un mes el periódico El Caribe viene publicando una serie de reportajes denunciando la magnitud de este mal. Y cierto que es un mal, pues todo ente racional, dominicano o de cualquier otro rincón del mundo, debe entender que la universidad es una entidad educativa creada para investigar, para producir conocimiento y nuevas ideas, en fin, para formar profesionales competentes e innovadores que respondan a las exigencias del presente y futuro.

Los entornos universitarios deben producir entes de soluciones y cambios, no alcohólicos y borrachos, que nada le aportarán a la nación.

Ahora el gobierno analiza y discute el tema, las instituciones del Estado se echan la culpa unas a otras. En lo que se pierde el tiempo los colmadones y drinks siguen en su mismo lugar.

Es cierto que una mayoría aplastante de nuestra juventud estudiantil está podrida, mucha de ella sin una dosis de juicio. Los dueños de los centros de bebidas podrán alegar que los muchachos de las universidades son adultos y responsables de sus actos. No deja de ser cierto, pero tampoco lo deja de ser que toda autoridad gubernamental o stablishment político tiene como misión proteger a su gente, a sus estudiantes universitarios incluidos, de toda degradación o putrefacción social. No estoy proponiendo con esto el fomento de seres angelicales, que no los existen en ninguna parte, pero si de seres humanos mejor orientados y con las herramientas necesarias para generar un país de luces y avances y no de atraso.

Lo más idóneo por parte del Estado sería tomar una decisión oportuna cuanto antes. Hay varias alternativas: llegar a un acuerdo con los propietarios de colmadones y drinks, comprándoles sus locales; motivarlos a que se muden para otros espacios, siempre alejados de las universidades o, en caso extremo (ojalá no suceda), cerrarles sus negocios si se oponen al diálogo.

Cada ciudadano debería hacer un ejercicio sencillísimo. Plantearse cual será el derrotero de la República Dominicana, de los niños de hoy, de los nietos y biznietos del mañana. Si dejamos todo tal cual está, diez, veinte, treinta, cuarenta y cincuenta años después, el caos será peor y los países del primer mundo, con toda la razón, seguirán considerándonos “Estado Fallido”, país incapaz de resolver sus propios desórdenes.

Pareciera, o da la impresión, de que vivimos en una sociedad donde todos nos conocemos y nadie puede abrir la boca porque cada quien tiene cola que pisar. No somos más que infelices víctimas producto de la podredumbre engendrada de antaño. Claro está, podredumbre a la que nunca se le ha prestado la debida atención.

Estamos ante un momento cumbre para tomar cartas en el asunto. Tenemos un gobierno con una gran aceptación ciudadana, sin parangón en la historia. No tomar las medidas necesarias, AHORA, podría cobrarnos terribles facturas en el porvenir.

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