Por Iván
Ottenwalder
Era el otoño del año 2001 y empezaba una nueva
temporada de béisbol profesional dominicano. Las Águilas Cibaeñas, equipo de la
ciudad de Santiago de los Caballeros, había ganado la copa en el torneo
anterior y empatado con sus rivales históricos, Tigres del Licey, en la lista
de coronas de todos los tiempos, con 16.
Muchas expectativas se tejieron previo a la
campaña 2001-2002. Para los fanáticos aguiluchos y liceístas el asunto era
cuestión de honor. La pregunta de los simpatizantes, de unos y otros, por
cualquier parte, giraba en torno a quién iba a ganar ese año entre Águilas o
Licey. Por donde quiera que el ciudadano de estos equipos se movía: en la
calle, el trabajo, colmadones, billares y bares se hablaba del mismo tema. Los
aficionados de los demás conjuntos no lucían tan entusiasmados y parecían más
bien resignados a perder.
El torneo arrancó como se esperaba. Para
beneplácito de aguiluchos y liceístas sus escuadras iniciaron ganando. Ya para
noviembre y diciembre comenzarían las apuestas de dinero y cajas de cervezas.
Las más cuantiosas vendrían más tarde, para la serie final, en caso de que
azules y amarillos se enfrentasen.
Todo marchaba viento en popa, ambos equipos culminaron
en primera y segunda posición en la fase regular y, por consiguiente, se
clasificaron a la postemporada.
En un Round Robin (playoff de 18 partidos) las
Águilas lograron su boleto a la final
finalizando en la primera posición, mientras que Licey, debió sufrir
para clasificar en segunda.
El conjunto capitalino estuvo a punto de ser
eliminado en el penúltimo juego de las eliminatorias por las Águilas, sin
embargo, pudo remontar un marcador adverso, ganar y mantenerse con vida. En la
noche del día siguiente, las Estrellas Orientales, equipo que lucía llegaría a
las finales, solo necesitaba ganar su choque ante las Águilas, sin importar lo
que ocurriese en el encuentro de La
Romana entre los descartados Toros del Este y los aún
esperanzados Tigres del Licey. La combinación, que muchos creyeron difícil, le
salió a la perfección al equipo felino: las Estrellas perdieron en San Pedro de
Macorís ante las Águilas (8-3) y los Tigres, en condiciones precarias y con un
gran susto, vencieron a los Toros 5-4.
En la final los ánimos se caldearon. El combate
por la corona beisbolera se extendió hasta un séptimo y decisivo partido. Este
se disputó en el Estadio Cibao, de Santiago.
Las apuestas, que primero iniciaron con cajas
de cervezas y miles de pesos, trascendieron a otros niveles. Para ese último
choque se apostaron fincas, mansiones, grandes solares y apartamentos. También
vehículos lujosos, desde jeeps de último modelo hasta Mercedes Benz.
Las pasiones habían sobrepasado el límite, la República Dominicana
se parecía en ese momento a la ciudad de Las Vegas y a Londres, en cuanto a grandes
apuestas se refiere.
Licey ganó aquel juego, por consiguiente, sus
fanáticos, que apostaron fortunas, las aumentaron con creces; los de las
Águilas, las perdieron. Muchos de ellos hoy están pobres y llevando un estilo
de vida lamentable.
Al día, en pleno 2014, en cualquier colmadón,
billar, discoteca o bar del país, se pueden escuchar anécdotas de personas, haciendo
referencia a antiguos millonarios que lo perdieron todo con la derrota de las
Águilas en esa memorable final.
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