domingo, 19 de enero de 2020

Fumador a los 8 años de edad y NUNCA MÁS

Por Iván Ottenwalder



Corría el verano de 1983, mi hermano Carlos y yo estábamos de vacaciones. Como en años anteriores nuestros padres nos enviaron a San José Adentro, un campito atrasado e inhóspito de la provincia Santiago de los Caballeros.



Para aquella época en San José todavía no había llegado la luz eléctrica y mi abuelo Facundo contaba con una pequeña planta de electricidad, la cual encendía a partir de las 7 de la noche y la apagaba como a las 9 p.m. Tampoco llegaba el agua del CORAASAN, el acueducto de Santiago.



Nuestro verano en San José duró como dos meses. Recuerdo aquellos momentos en que Carlos y Alex, este último hijo de crianza de mis abuelos Facundo y Girita, se levantaban todas las mañanas, a partir de las 5.00 a.m, a ordeñar las vacas, mientras yo me quedaba dormido hasta las siete. Aquel desayuno rural compuesto por plátanos, yuca, tortillas de huevos, leche recién ordeñada o tisana, jamás lo podré olvidar. Lo mismo que aquel arroz con habichuelas rojas, carne de pollo y ensalada, todo producido en la finca de Facundo Primitivo Ottenwalder, mi abuelo paterno. ¡Cómo olvidar aquel sazón que le daba Victoria, la eterna cocinera, a esos alimentos! De cena comíamos prácticamente lo mismo que por la mañana: plátanos, yucas, tortillas de huevos, aguacate, leche caliente o agua, porque, eso sí, mi abuelo era tan raro que NUNCA le interesó en que se nos preparara jugos naturales, limón o naranja, durante las horas de comida. Recuerdo perfectamente cuando, tras preguntarle el porqué nunca nos servían jugos, nos reñía: “¡jugo de queeeeeee! Aquí lo que se va a bebé e aaaagua”. Así de simple zanjaba el asunto.



Bastante fresco en mi memoria conservo como Carlos, Alex y yo nos divertíamos deslizándonos por alguna bajada montañosa sentados sobre grandes hojas de yaguas. Aquello sí que era fascinante. Pero jamás podré olvidar aquel episodio que me movió a la envidia, y fue el siguiente:



Una mañana a Carlos y a Alex se les cogió con jugar a los fumadores, pero no con cigarrillos de verdad, sino utilizando unos finos palitos de un árbol que ahora no recuerdo. Eran unos palitos delgaditos y ahuecados por dentro, con hoyitos en ambos extremos. Carlos y Alex solían encender en el viejo fogón de la cocina dichos palitos por uno de los extremos. Una vez hecho esto se daban a la tarea de fumarlos. Yo quería hacer lo mismo, pero no me lo permitían porque, a juicio de ellos, yo era muy chiquito “y lo niño chiquito no juegan a eso Iván”. Me lo tenían prohibido no solo mi hermano y mi primo, también mis abuelos y la cocinera. Fue tanto lo que jodí y deseé por varios días que, una tarde, a eso de las siete, mi abuela Girita perdió la paciencia.



- ¿Qué es lo que tú quiere, dime, fumá? Espérame aquí, vengo ahora, me pidió mi abuela. Esta se dirigió a uno de los aposentos, abrió un armario y extrajo de una cajetilla de Montecarlo un cigarrillo. Fue caminando hasta la cocina, lo encendió por la punta y me lo entregó en mis manos. “Anda, fumátelo y quítate esas ganas que tienes”, me instó. Yo, un pequeño mocoso de tan solo 8 años de edad, obedecí y agarré el cigarrillo, me lo puse en la boca y ….a fumar. ¡Me fumé un cigarrillo de verdad con todo y su nicotina!



Con una calma pasmosa me fumé aquel cigarrillito de verdad que Alex y Carlos parecían niños de pecho ante mí. Mientra ellos fumaban unos de mentiras, yo me divertía con uno real.



Al finalizar el cigarrillo, ya este se había vuelto más chico, mi abuela me preguntó: “¿dime, te gustó? ¿Quieres otro? ¿Ya eres feliz?”. Mi respuesta: “no abuela, ta bien, ya no quiero más. Esto pone a tosé a uno”.



Mi hermano, al ver el episodio aquel le preguntó: “mama Girita, ¿pol qué uté hizo eso? Uté no tiene que dale un cigarrillo a Iván. Yo se lo voy a contá a papi y a mami cuando vengan”.



- Carlitos, mijo, era para que él viera que fumar no es bueno. Pero ustedes tuvieron la culpa por estar retozando con esos palitos viejo, haciendo de fumadores. Él quería hacer lo mismo, le explicó la madre de mi padre.



Final de las vacaciones. Mi madre se enoja con mi abuela



Ya a finales de agosto mis padres, Facundo y Marisol, fueron un fin de semana a San José con la intención, obviamente, de dormir unos días allá y traernos de vuelta a Santo Domingo. Ya era hora, pues las clases empezarían dentro de poco y tanto Carlos como yo debíamos volver a la escuela.



Lo primero que hizo mi hermano mayor, como era de suponer, fue contarle aquel capítulo del cigarrillo a mi madre. “Mami, se fumó un cigarrillo de veldá y mamá Girita fue quien se lo dio. Anda pregúntale”. Como era de esperar, mi madre se enojo de mala manera.



- Mamá Girita, ¿cómo a usted se le ocurre darle un cigarrillo a Iván para que lo fumara. Usted no debió hacer eso. MIRE, ¡NO LO VUELVA A HACER NUNCA MÁS DOÑA GIRITA! IVÁN APENAS ES UN NIÑO. ¡NO DEBIÓ NUNCA DARLE ESE CIGARRILLO A ESE BICHO VIEJO!



- Marisol, es que ya nos tenía desesperado a todos. Yo lo que quería que él se diera cuenta que fumar no es bueno. Lo que pasa es que Carlos y Alex se pusieron a retozar fumando dizque en unos palitos e Iván se sintió envidioso. Yo, para que él se sintiera tranquilo, le busqué un cigarrillo de los de Cun, se lo prendí y entregué. Después que se fumó ese no quiso fumar más, le confesó mi abuela.



- Doña Girita es que no. ¡NO, NO Y NO! NO DEBIÓ NUNCA USTED DARLE ESE CIGARRILLO, ESO LE PUDO HABER HECHO DAÑO. ¿USTED ESTÁ LOCA MAMÁ GIRITA? No lo vuelva a hacer, por favor. Entonces, mi progenitora buscó mi rostro y me clavó la mirada: mira, y tú, que sea la última vez que me entere que tú andas fumando cigarrillo. ¿Oíste muchachito? Te lo advierto.



Y así culminó la historia. Nunca más en mi vida cogí un cigarrillo, ni de juego. A pesar de todo, el destino intentó varias veces ponerme trampas, para ver si en otra ocasión volvía a fumarme uno. Amigos de la universidad llegaron a brindarme algún cigarrillo y yo se los rechazaba. Amigos de Carlos también lo intentaron. Yo, astuto al fin, me daba cuenta de todo. Sabía que si aceptaba fumarme un cigarrillo, Carlitos, un antiguo amigo de infancia, que también fumaba, y fuma todavía, le iría con el chisme a mi hermano Carlos y a don Facundo, mi padre, quien, durante su juventud, también fue fumador.



Y ya para finalizar, quiero que mis apreciados lectores sepan, porque mi público quiere saber, que durante mi fracasada vida sentimental he tenido parejas, aunque de corta duración, que también han fumado y fuman todavía. ¿Eso me molesta? Para nada. Si una chica o mujer me gusta, me importa tres pepinos que fume o ingiera alcohol, aunque yo ni fume ni beba.



A una pareja jamás le reclamaré porque fume, beba o use tatuajes, lo único que le pediría es que me quiera, que seamos buena pareja y más nada. Y con esta última reflexión este capítulo queda cerrado.

1 comentario:

  1. Me parece que alivia el alma recuperar los recuerdos y ponerlos en su justo contexto, ya limpios de malentendidos y listos para un juicio personal equilibrado, ecuánime, sin que arrastre sentimientos negativos. ¡Muy bien, sigue!

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