sábado, 21 de julio de 2018

Amigdalectomía en tiempos de huelga (parte 30)

Durante este mes de julio la amargura del agua y el escozor han venido de mal en peor. Y dichos síntomas los siento mucho más ahora en el maxilar superior derecho y su paladar colindante. Para ser sincero, en este año no he tenido los brotes de faringitis como el año anterior.  

Por Iván Ottenwalder   

Mi madre a través del esposo de una prima mía, contactará una cita con un otorrinolaringólogo del Centro Médico Dominicano. Se tratará de un médico diferente, que no conoce mi caso, que no ha vivido mi jodido sufrimiento en dos años y medio, que pretenderá empezar desde cero al igual que todos los anteriores, seguramente, prescribiéndome fármacos que ya otros galenos me indicaron durante 2016, 2017 e inicios de este 2018. Medicamentos, que en mi caso, ya son infuncionales.  

La cita posiblemente quede concertada para el viernes 19 de julio a las 5:30 de la tarde. Mi progenitora me ha pedido que me vista muy buenmozo para la cita, como si acaso se tratase de un restaurante de gala, una reunión de altos ejecutivos o una entrevista de trabajo. No es que vista extremadamente desaliñado, pero con un atuendo casual e informal está más que suficiente. 

Durante este mes de julio la amargura del agua y el escozor han venido de mal en peor. Y dichos síntomas los siento mucho más ahora en el maxilar superior derecho y su paladar colindante. Para ser sincero, en este año no he tenido los brotes de faringitis como el año anterior. Aquel verano de 2017 prácticamente mató mi felicidad, las amígdalas linguales, en especial la derecha, se me inflamaban espantosamente. Tuve días, aunque pocos, en que no podía hablar bien y tenía que comunicarme mediante blocs de notas (papel y boli). Otro punto que podría considerarlo luminoso es que los estornudos alérgicos han sido mucho menos que en el 2017, aunque he tenido días en que han sido incontrolables. 

Siendo franco nuevamente, no he tenido dolores de garganta. En esta ocasión el escozor ha venido más de arriba que de abajo, a diferencia de 2016 y 2017, que fue a la inversa. Por lo regular tanto el picor del lado derecho suele ir acompañado de una sensación un poco nauseabunda y de un escupitajo. Es decir, cada vez que siento ese ardor o pinchazo, me pilla una molestia salivosa que hace que yo escupa. Pero solo en la zona derecha del paladar y maxilar superior. Yo vuelvo a jurar y perjurar, aunque los aparatos aún no descubran nada, que esa secreción nasal de nunca acabar, está muy relacionada con los síntomas de la amargura y el escozor. Si es cierto que antes del verano del 2016 llegué a padecer síntomas de sinusitis, no menos cierto es que estos eran corregidos satisfactoriamente por largos períodos de tiempo. Además, antes de 2016 los síntomas del escozor y la amargura del agua no existían. Y hablando del amargor del agua, éste ha sido peor. Ya tengo momentos, en que minutos después de ingerir el preciado líquido, aún siento ese amargo sabor. Menos mal que no me ha ocurrido con los alimentos, pero tampoco esto debe ser un aliciente para el conformismo. 

Un gran amigo me explicaba el domingo 15 de julio que la ciencia tiene sus fronteras, sus límites. Y de verdad que los tiene. Por eso es que los casos súper complejos, de esos que duran muchos años, les han torcido el pulso a muchos médicos, mediocres y eficientes.  

Iré con mi madre a donde ese médico, pero no es que lo veré como un superhéroe, ni pienso darle las gracias si no resuelve el asunto de raíz de modo que yo me sienta satisfecho. Cada centavo que pierda en tratamientos infuncionales, como aquel de las vacunas de inmunoterapia de 2014 y 2015, lo sacaré en cara. Voy a echar en cara los dineros invertidos en medicamentos, como lo he hecho después del 2016. Pero también seré justo en caso de que algún especialista, no importa si mediante cirugía o lo que fuese, logra curar el mal de raíz. Será a ése/a, si es que llega a aparecer, a quien le exprese mis agradecimientos eternos. Así las cosas, o quedas como héroe o quedas como villano. 

Día de la consulta 


Casi a las 7 de la noche llegó mi turno de entrar al consultorio acompañado de mi madre. Luego de un breve saludo decidí tomar la iniciativa y exponerle al médico el asunto. Fui directo al grano y le hablé de los dos años y medio con los síntomas comunes denominadores: amargor del agua ingerida, escozor constante que me viene de la zona del hueso maxilar superior derecho y el paladar y la secreción nasal sin fin. Luego de tomar apuntes empezó a explicarme sobre las diferencias entre los síntomas que el paciente dice tener y lo que en verdad dicen los estudios. Yo le respondí que cada paciente conoce su organismo mejor que nadie. Luego me respondió que a veces es mental lo que paciente alega y que para demostrarlo debían revelarse las evidencias. Le contesté que no me iba a inventar nada que no me estuviera afectando y que en dos años y medio me he sentido como el gran perdedor gastando dinero en fármacos que ya no me hacen nada, con dos cirugías de por medio, una de amígdalas palatinas en 2016 y otra de los senos maxilares en 2017, más la extracción de dos piezas dentales productos de infecciones bucales que habían alcanzado la raíz dental y la extirpación de un afta bucal de casi un centímetro. Le dejé saber que a pesar de todos esos procedimientos esos síntomas, a los que considero como relacionados a la rinitis y secreción, aún no desaparecen. Me dijo que me notaba muy alterado y nervioso y que si yo había visitado a un psiquiatra. Le expliqué que evidentemente tengo Tourette desde los nueve años pero que eso en nada tenía que ver con los síntomas desagradables que le describí. El dijo que a veces sí tiene que ver, y yo defendí mi posición sosteniendo que no. Comenté haber visto documentales sobre casos complejos que les tuercen el pulso a los médicos y que vienen a ser descubiertos después de muchos años. “Yo no confío mucho en esos documentales”, consideró. “Yo si los creo”, le respondí. Luego me gritó en un tomo molesto: “¿Pero quién es el médico, usted o yo? Si entonces usted no confía en los médicos no venga a consulta y sánese usted solo. Ya veo que usted y yo no nos vamos a llevar bien”. Mi respuesta fue de que estaba en consulta porque al menos quería hacer un intento más porque se resuelva mi caso. Le hablé también del tratamiento de vacunas de inmunoterapia que no me funcionó entre los años 2014 y 2015. Me preguntó el nombre del alergista pero no opinó sobre mi mala experiencia. Me preguntó también sobre los medicamentos que estaba tomando. Le dije que el ATARAX, una pastilla diaria antes de dormir y el SALMENFLO en spray, pero este último en casos ocasionales de que me sienta con asma, de lo contrario no. Aprobó que los siga utilizando de ese modo. Luego procedió a realizarme un chequeo general de nariz, oídos y garganta. También me checó rápidamente el paladar y los huesos maxilares. Mi madre le preguntó que cómo los encontraba. Dijo que lo veía bien. Yo sostuve que en esa zona derecha del maxilar superior derecho y el paladar es que el agua me sabía muy amarga y me pillaba el escozor. “Pues eso debe ser un misterio”, fue la respuesta del otorrino quien, sin proponérselo, ya estaba admitiendo que hay casos misteriosos dentro de la ciencia médica. Me preguntó luego sobre el estómago. Le conté que me habían realizado gastroendoscopía en el verano de 2017 y esta arrojó gastritis moderada. “¿Y usted cómo lo sabe?”, me preguntó. “Bueno, la doctora me lo dijo y me entregó los resultados”, respondí. “Puede ser que haya reflujo gástrico”, consideró. “La médico me había dicho que no, que no había visto reflujo”, contesté.  

El especialista me indicó un solo estudio: un tomografía de senos paranasales y me pidió que le mostrara la última que me realizaron. Le garanticé que se la traería cuando volviera al consultorio la semana próxima. Me prescribió para tomar un fármaco llamado PANTECTA 40 mg., que sirve para el estómago y un spray nasal denominado AVAMYS. ¡Otro aerosol más para mi score! Ya he perdido la cuenta de cuántos he usado. El médico me habló que la tomografía dirá sobre si hay alguna relación entre senos maxilares con los síntomas que yo describo. “Todo basado en evidencias. Así es que la medicina trabaja”, señaló. La gran jodienda es que los síntomas los siento solo del lado derecho desde el año 2016 y la Ciencia, con sus cacareadas evidencias, nunca los descubre. ¿Cuántas verdades en este mundo no han podido ser probadas? Pero por eso no han dejado de ser verdades. Y eso ha pasado en todas las áreas del saber que se ciñen al método científico. Algún cabo suelto bien recóndito e imperceptible a ser detectado puede marcar una significativa diferencia. Yo puedo dar testimonio de que tengo un pequeño quistecito en la barriga, específicamente en la zona hipocondrial izquierda. Cuando me acuesto el quistecito no se distingue, pero, cuando me siento o pongo de pie, inmediatamente se nota. La razón de esto: porque es muy pequeño e imperceptible. Ni siquiera una tomografía computarizada lo pudo detectar. Pero yo lo puedo sentir en escasas ocasiones. Varios médicos lo han visto pero, al mismo tiempo, lo han considerado nada alarmante. 

Ya me imaginó al médico ése si la tomografía de senos paranasales no logra corroborar con los síntomas que me aquejan, luego querrá señalarme como un paranoico que se está inventando lo del amargor del agua y el escozor. Seguro que me referirá a donde un psiquiatra, que por cierto, yo no pretendo pagarlo. Demasiados compromisos de pagos mensuales tengo: el préstamo con un banco, que debe ser saldado en 2022; el pago del apartamento de mi madre, para evitar que el gobierno se lo quite; pago de mi tarjeta de crédito y otra de préstamo, entre otros. No voy a perder mi tiempo con un psiquiatra que me quiera hacer quedar como un charlatán o embustero. Los estudios, quizás por ahora, nunca revelen la razón de la amargura del agua y del hijo de puta escozor, pero tengo mi conciencia limpia y puedo jurar por Dios, con la mano derecha sobre la Biblia, que esos síntomas son reales y los siento. Esto lo digo con determinación y firmeza.  

Compraré los medicamentos la semana próxima, solo porque son diferentes a todos los que he utilizado anteriormente, de lo contrario, jamás los adquiriría, pero, si sigo sintiendo la misma mierda, no continuaré visitando a ese otorrinolaringólogo. ¡Ni aunque me paguen las consultas! 

Un poco de historia 

En 2016, cuando tenía síntomas iniciales de escozor y halitosis, pedí a un otorrino que revisase mi garganta. Tenía amigdalitis. Tiempo más tarde me extirparon las palatinas. Seguí sintiendo los síntomas y me realizaron sonografía blanda de cuello. Tuve faringitis y varios ganglios linfáticos alterados. En 2017 me sacaron dos piezas dentales del maxilar superior derecho por infecciones. Volví hacer brotes de faringitis. Más tarde un afta bucal que tenía mucho tiempo, y que yo mismo me lo encontré, fue extirpado en una cirugía donde me drenaron los senos maxilares. A pesar de todo eso los síntomas del amargor del agua y el escozor no han cedido un ápice. Cuando me reviso los dos huesos maxilares, el izquierdo y el derecho, noto que este último está alterado, mientras el otro no. Ese hueso maxilar superior derecho no estaba así antes de 2016. El problema es que los médicos se empecinan en verlo como algo normal a lo que no hay que prestarle atención. Pero lo cierto es que, increíble o no, el tiempo me ha ido dando las razones varias veces.  

Mancha ovalada vertical entre las cuatro rayas de dibujo.
Al finalizar la consulta del 19 de julio de 2018 mi madre le dio las gracias al doctor, sin éste haber todavía resuelto el asunto. “Iván, dale las gracias al doctor”, me pidió mi progenitora. “No ma, hasta que yo no quede satisfecho no doy las gracias”, le contesté. El médico respondió “no tiene que dármelas todavía”. Al final mi madre y yo nos retiramos. 

Continuará...