viernes, 9 de agosto de 2013

El día que conocí el scrabble



Por Iván Ottenwalder
 
Era el verano del año 2005 y laboraba para la revista deportiva Sólo Deportes, del periódico Listín Diario. Una tarde, luego de almorzar, y tomando en cuenta que no tenía mucha carga laboral durante el resto de la jornada, decidí dar un paseo. Fui de compras a la tienda La Sirena, ubicada en la avenida Mella, en el Distrito Nacional. Una vez allí, me decidí por adquirir un bulto de viajero y una mochila, pues como mochilero al fin…

No todo se quedó ahí. Me llegó a la memoria los recuerdos de mi niñez, los juguetes de mi infancia y, obedeciendo a mi consciencia, me dirigí al departamento de juguetería de la famosa tienda capitalina.

No bien acababa de entrar divisé en el horizonte una caja negra de un juego educativo. Mis ojos quedaron impregnados de curiosidad. Me acerqué más y más. Cuando llegué donde el objeto que me atrajo como un imán, lo palpé. Leí aquel texto inscrito en la caja negra: "Cada palabra cuenta". Se trataba de un pasatiempo educativo de la marca Mattel llamado SCRABBLE.

Permanecí inquietamente parado y observando la caja, leía y requeteleía lo que tenía escrito. Me era difícil contenerme; de manera compulsiva miraba más y más aquel juego. ¿Tenía vida aquella caja? ¿Quería decirme algo? Después de pensarlo tantas veces me marché. Me fui a pagar el bulto y la mochila. Lo que no pude negar es que, sin saber cómo, alguna fuerza poderosa externa ya me había provocado un golpe de impacto.

Luego de regresar a mi trabajo, lo más lejos que tenía, era que regresaría una semana después a la misma tienda.

 Una semana después

Efectivamente, justo en siete días y en horas de la tarde, ya estaba nuevamente en el área de juguetes de La Sirena, frente a frente a la caja de scrabble. Se repitió la misma escena de la semana pasada: miraba la caja, la tocaba, meditaba. Finalmente, sin estresar más mis neuronas, tomé el juego de scrabble y fui a pagarlo. ¡Misión cumplida! Acababa de adquirir el pasatiempo que luego me enloquecería por los siglos de los siglos.

En Listín Diario

Al llegar esa tarde al periódico le mostré a mis compañeros de trabajo Frank Manzueta, Daniel Santana, Wi Hen Fung, Mayobanex, Mylen Ng y Seily Ruiz, el producto recién comprado.

Todos quisieron verlo y, obvio, algunos emitieron sus opiniones. “Ese juego es para gente elitista”, dijo Wi Hen; “eso se juega tomando té, ja ja, ja”, bromeó Frank Manzueta; “¡ay que chulo se ve! …Iván enséñanos a jugar eso cuando tú aprendas”, me expresó Mylen.

La ansiedad por llegar a casa se apoderaba de mí. Tenía ganas de destapar la caja y leer el instructivo de aprendizaje del scrabble.

En casa

Al primero que le mostré el juego fue a mi padre. “Yo orita voy a leer las instrucciones”, me dijo. En efecto, la leyó, pero cinco días más tarde. Estudió el instructivo dos veces para luego comentarme “Hum, eso es muy complicado para mí”.

Yo también lo estudié dos veces, y aprendí.

Recuerdo mis primeras dos partidas de scrabble, aunque no el resultado. Ocurrió en aquel verano y fue contra mi primo Óliver Núñez, quien había ido a dormir a casa esa noche.

Entre dos principiantes con escaso repertorio de vocabulario y sin muchos niveles estratégicos, triunfó el que jugó menos mal: Óliver.

Otoño del 2006, ReDeLetras

Como siempre llegaba del trabajo a casa a las seis de la tarde, usualmente me conectaba en la computadora de mi padre.

Una de aquellas tardes se me prendió el foco y se me ocurrió indagar en la Web acerca de alguna página donde pudiese jugar scrabble de forma online. Entonces encontré el sitio www.redeletras.com.

Recuerdo mis primeras 15 partidas gratuitas en que las perdí casi todas. Esa fue mi primera experiencia escrablera virtual.

Debo reconocer que ReDeLetras ha sido desde aquel año una escuela donde aprendí a jugar el verdadero scrabble, con sus reglas correctas.

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